domingo, 26 de abril de 2015

Si volviera a empezar, sin duda me haría otra vez Psicologo.


 Iba a primero de B.U.P cuando empecé a darle forma a la idea de ser psicólogo, hasta la fecha, había querido ser misionero, bombero, profesor, piloto de cazas de combate…etc. Cierto es que vivía dentro de mí cierto deseo de ayuda a los demás por lo que el mundo sanitario me atraía, además de pertenecer a una familia vinculada a la salud. Sin embargo parece que mi cerebro se resistía a memorizar fórmulas de física, química o matemáticas y las ciencias no parecían ser su fuerte, y sin embargo estaba más cómodo entre los libros de filosofía, arte o historia. Mientras tanto, los fines de semana me acercaba a un convento para ayudar en su comedor social, ”¡el Robin Hood del siglo veinte!” Me decía mi madre (rondaríamos 1990, en aquella época). Por lo visto el auxilio al prójimo me ilusionaba y enorgullecía. La psicología no parecía mala opción.




Junto a un amigo que pensaba en el mismo futuro profesional, quedamos en una cafetería con un psicólogo amigo de la hermana de éste, para ver si nos aclaraba. Nos habló con pasión sobre una profesión cargada de humanidad y con gran fúturo. Pero sospecho que lo que acabó de convencerme fue la ausencia de facultad de Psicología en Zaragoza. Ya nos veíamos mi amigo y yo corriendo aventuras sin el control familiar. ¡Qué horror, mis padres iban a tener que pagarme una vida universitaria fuera de casa si querían que fuera un hombre de provecho y feliz! Y así fue. Pero nuestros padres fueron más listos y precavidos que nosotros y él estudió psicología en Salamanca y a mí me enviaron a Barcelona, dichosos padres…cuando nosotros vamos, ellos vuelven.
Mientras disfrutaba de una vida como estudiante en Barcelona (con todo lo que eso conlleva) conseguí no sin esfuerzo, conocer y abrazar ésta disciplina llamada psicología.
Tras la licenciatura y el master, se acabó el cachondeo y volví a casa. No sin cierto susto ya que mi experiencia laboral no iba más a allá de las barras de algunos bares de copas. Fue entonces cuando por motivos personales me hice voluntario de la Asociación Española Contra el Cáncer, una de las decisiones más certeras de mi vida. Como voluntario estaba al cargo de una de las psicólogas de la asociación, pero por una baja hubo que sustituirla temporalmente, y lo que iba a ser una sustitución de un par de semanas, se convirtió en mi primer año ejerciendo como psicólogo. Mi contacto con el sufrimiento humano fue revelador, estrecho, e intenso, pero para nada trágico, morboso o doloroso. La Asociación (a la que estaré eternamente agradecido) me inyectó grandes dosis de respeto y delicadeza hacia el dolor ajeno, y una visión sana de la vida y la muerte, de la salud y la enfermedad.

Comencé entonces mi trayectoria como psicólogo en dependencias y adicciones en la Comunidad Terapéutica Argos, dedicada a la rehabilitación de toxicomanías y alcoholemias. La convivencia como medio para conocerse y resolver problemas emocionales me pareció un método tan duro como eficaz.

Esto me dio las tablas necesarias para mi siguiente reto, como educador en el centro socio-laboral Tamiz. Bienvenido al confuso y frustrante, pero también apasionante mundo de los adolescentes. El mundo de la continua competición, de la inseguridad por excelencia, de la incertidumbre, de los pensamientos absolutos y contundentes, el mundo en el que la intensidad de los sentimiento se multiplican por mil, del qué dirán, del no decir lo que pienso y del no pensar lo que hago, ese mundo en el que el adolescente siempre gana, pero el niño que lleva dentro siempre pierde.
Dos años más tarde, me surgió la oportunidad de plasmar mi variopinta experiencia profesional en Prisma (Proyecto de Rehabilitación Integral de la Salud Mental de Aragón), como coordinador de las actividades del hospital de día. Adultos y menores, dependencias, trastornos del estado de ánimo, de conducta, de personalidad, psicosis, neurosis…todo el espectro en salud mental, con tratamiento multidisciplinar coordinado: celadores, auxiliares de enfermería, enfermería, psicología y psiquiatría. Durante este tiempo diseñé un método de trabajo vivencial y experiencial, buscando actividades que cambiaran la percepción del que lo exprerimenta.

Hasta que me atreví a dar el salto del psicólogo autónomo, posición desde la que puedo usar las herramientas aprendidas como un servicio a la carta, de forma personal y cercana.

Una vez me dijeron en consulta: “los psicólogos sois a la amistad lo que las prostitutas al amor”, tras pensarlo un rato maticé: “o mejor dicho, los psicólogos somos al autoconocimiento lo que las prostitutas son al sexo, yo no soy un amigo a sueldo, sino un espejo donde mirarte”.

Y por encima de todo la profesión de psicólogo es lo que me motiva,apasiona y me hace feliz!

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